Revista Jurídica Cajamarca |
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ETICA Y DEONTOLOGIA FORENSE ¿Liderazgo moral en la actividad forense?Pedro Donaires Sánchez (*) |
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Para nadie es un secreto que el abogado, magistrado o defensor, en algunos momentos, no ha gozado o no goza de prestigio moral; más aun en la actualidad, caracterizada por una generalizada lasitud ética y corrupción que corroe a los niveles altos y bajos de la sociedad. Recordemos algunos antecedentes que son evidencia de la desconfianza hacia el abogado: bajo el terror, los revolucionarios franceses suprimieron el ejercicio abogadil (1793); también se decidió tal supresión durante el absolutismo, por mandato de Federico de Prusia; posteriormente, durante el siglo XX, ocurrió lo mismo en Rusia y Hungría. Lo curioso de estos hechos es que los ejecutores de esta decisión fueron abogados como Robespierre y Lenin. El abogado en la Colonia también debió soportar el descrédito de la comunidad: fue acusado de provocar pleitos sin más provecho que el propio. Fue por eso que los Reyes Católicos restringieron el ejercicio abogadil en las colonias por decretos dados en 1516 y 1528. En alguna otra ocasión se prohibió el ingreso de ciertos abogados a una ciudad, el considerando sostenía que la presencia de letrados es peligrosa porque siempre que aparecen “(…) no faltan pleitos, trampas y marañas y otras disensiones en que resultaron a los pobres vecinos y moradores desinquietudes, gastos y pérdidas de hacienda”. (1) Estos
antecedentes y los hechos presentes de la conducta del abogado nos
empujan a una inevitable, y seguramente valiente, reflexión sobre cómo
es realmente el abogado (SER) y cómo debería ser (DEBER SER). Por
ahora, sólo nos ocuparemos sobre lo que podemos ser, sin perder de
vista lo que somos y lo que la sociedad cree que somos. En
primer lugar, tenemos que tomar conciencia de que el destino inevitable
de la humanidad es la construcción de una civilización en continuo
progreso, significando este progreso la unión de los pueblos y el
bienestar general (distribución equitativa de los beneficios)(2); y
seguidamente, debemos descubrir los pilares capaces de sostener ese
continuo progreso. Un
presupuesto indispensable para alcanzar la unión con los demás es la
justicia. Sin justicia la unidad de los pueblos no se profundiza y en
consecuencia está lejos el progreso. La falta de bienestar general
origina resentimientos, consolida el antagonismo y el avance histórico
se estanca; es posible que retornemos a los niveles inferiores de
barbarie: reinado de los que ocupan la cúspide de la cadena alimenticia
sobre los restos de los débiles. Luchar
por la justicia es la lucha interna del Derecho, decía Jhering, dejando en claro que el Derecho no es sino un medio
que sirve para garantizar los intereses de la vida, ayudar a sus
necesidades, realizar sus fines. Para que el Derecho cumpla a cabalidad
con este propósito, no es suficiente que sus operadores alcancen la
excelencia intelectual, cerebral, racional; también es necesario que se
adornen de virtudes, cualidades o capacidades espirituales o éticas (Mario
Bunge sostiene que necesitamos de una ética normativa entendida como
ciencia de la conducta deseable o -si no nos avergüenza emplear un
término antiguo y sencillo- como ciencia de la virtud)(3). Hemos
avanzado bastante en el plano científico y tecnológico, pero las
herramientas obtenidas a su merced, se han mostrado insuficientes para
resolver los diversos problemas que aquejan al hombre. El erudito GROVER
FOLEY señalaba que el hombre actual es tecnológicamente un gigante,
moralmente un enano (4). Estamos
hablando de la necesidad de desarrollar una forma de liderazgo moral.
Los hombres de Derecho no reclamamos ninguna superioridad en los roles
que nos toca desempeñar al interior de la sociedad; pero, por nuestra
estrecha relación con la justicia y siendo ella la meta suprema que hará
posible la unificación humana, el papel que nos toca es necesariamente
de liderazgo. Históricamente, el Derecho ha forjado hombres que han
liderado las transformaciones sociales; ahora que la crisis es más
moral que científica o tecnológica, es nuestra obligación liderar
también en este plano. El
liderazgo del que hablamos tiene en su agenda algunas de estas tareas
concretas: ·
Reconocer que la dinámica social que se desenvuelve al interior de la
sociedad actual tiene dos procesos paralelos: desintegración de instituciones obsoletas,
doctrinas envejecidas, ideas trasnochadas, hábitos
perjudiciales, prejuicios, modelos mentales caducos y de todo orden de
cosas negativas, por un lado; e integración
o construcción de
instituciones nuevas, doctrinas renovadas, ideas nuevas, hábitos
saludables, etc., por otro lado; y, tomar la decisión de embarcarnos en
el proceso de construcción. Algunos han optado por ser simples
observadores de estos procesos. ·
Impregnar de espíritu de servicio el ejercicio de la actividad
profesional. Líder es aquel que más sirve a la comunidad y no aquel
que se sirve de la comunidad. El maestro Raúl
Ferrero RebAgLiati sostiene que frente al apremio de la hora no
puede perpetuarse el ánimo fenicio, entendiéndose por espíritu
fenicio al ejercicio de la profesión con prescindencia de otras
vertientes, como si el provecho fuera meta y criterio de la actividad lícita,
en menoscabo de los valores que interesan a la comunidad (5). ·
Transformación personal y social. La transformación individual debe
significar un permanente esfuerzo por adquirir cualidades y capacidades
que mejor nos permitan servir a la comunidad y desechar aquellos hábitos
que nos alejan de la comunidad y nos convierten en egoístas. La
transformación social consiste en el desarrollo de una sociedad justa
en donde el bien común es promovido mediante estructuras que facilitan
la colaboración y la cooperación. Estas dos tareas están
interrelacionadas, es imposible concebir la transformación social sin
individuos que estén activamente trabajando por su logro. No se puede
construir una sociedad de oro con individuos de plomo. De otro lado,
tampoco es posible lograr una transformación personal en un vacío
social. Sólo cuando un individuo está comprometido en servir a la
transformación social, puede desarrollar sus potencialidades más altas
y nobles. ·
Responsabilidad moral de buscar la verdad y aplicarla. La verdad en todo
orden de cosas. En nuestro caso, la verdad sobre la misión social del
Derecho y junto a ella los valores éticos que deben sostenerla. Una vez
descubierta esta verdad y reconocidos los valores necesarios, debemos
llevarlos a la práctica. La comunidad está cansada de
ideas hermosas y de palabras bellas, exige ejemplos visibles y
demostraciones prácticas de aquellas ideas y palabras. Hay necesidad
urgente de paradigmas morales. ·
Elaborar una visión guiadora. Esto significa actuar con trascendencia,
“ir más allá de”. Para que la tarea diaria no sea rutinaria y a
veces frustrante, de tal suerte que no nos ‘ahoguemos en una vaso de
agua’, debemos diseñar una visión de futuro: la sociedad con la que
siempre hemos soñado. Este sueño debe comprender nuestros ideales y la
realización de los valores (justicia, solidaridad, amor, unidad, etc.).
Nuestro afán por alcanzar este sueño aliviará nuestros pequeños
tropiezos y justificará el esfuerzo permanente. En
el Foro peruano, por suerte, hemos tenido y seguramente tenemos a
algunos paradigmas. No está lejos el recuerdo de don Domingo
García Rada, magistrado intachable que nunca cayó en la
obsecuencia con los poderosos ni jamás claudicó de la práctica de los
valores morales (6). Volvamos nuestras miradas a estos paradigmas.
Por otro lado, debemos estar conscientes que ha surgido un movimiento
generacional: el abogado nacional que quiere ser un jurisconsulto y no
un leguleyo o rábula (7), que no está dispuesto a soportar más que se le
impute el ejercicio de una profesión impregnada de una moral dudosa (8).
NOTAS: 1.
MONROY GALVEZ, Juan. “¿Los abogados tenemos remedio?” en El
Dominical de El Comercio; Lima, 13 de abril de 1997. 2.
MARQUES Y UTRILLAS, J.L. “Perspectivas de un nuevo orden
mundial”. España: Editorial BAHA’I, Mayo 1982; p. 26. 3.
BUNGE, Mario. “Etica y Ciencia”. Buenos Aires: Siglo Veinte,
segunda edición, 1972; pp. 75-78. 4.
SCHAEFER, Udo. “Dominio imperecedero”. Barcelona: Editorial
BAHA’I, 1988; p. 246. 5.
FERRERO REBAGLIATI, Raúl. “Misión social del Derecho” en El
Dominical de El Comercio; Lima, 13 de abril de 1997. 6.
GARCIA RADA, Domingo. “Memorias de un Juez”. Lima: Editorial
Andina S.A. 1978; pp. 171 a 191. 7.
ZARZOSA CAMPOS, Carlos E. “De Abogados Jurisconsultos,
Leguleyos y Rábulas” en Revista Jurídica del Colegio de Abogados de
La Libertad N° 130, Enero 1991, Diciembre 1992; p. 195. 8.
MONROY GALVEZ, Juan. Art. cit.
(*) Abogado. Docente de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Cajamarca. E-mail: donaires@hispavista.com |
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