Revista Jurídica Cajamarca

 
 

 

No pueden existir felicidad y progreso verdaderos sin espiritualidad

Abdú'l-Bahá (*)


 

La ferocidad y el salvajismo son propios de los animales, pero el ser humano debería demostrar cualidades de amor y afecto. Dios envió a todos sus Profetas a este mundo con un único propósito, el de sembrar en los corazones huma­nos amor y buena voluntad, y por esta gran aspiración ellos estu­vieron dispuestos a sufrir y a ofrendar sus vidas. Todos los Li­bros Sagrados fueron escritos para guiar y di­rigir a las gentes por los senderos del amor y la unidad; y, no obstan­te, a pesar de ello, tenemos ante nosotros el triste espectácu­lo de la gue­rra y del derramamiento de sangre.

Cuando hojeamos las páginas de la historia, pasada y pre­sente, vemos la negra tierra enrojecida de sangre huma­na. Los seres humanos se matan unos a otros como lobos salvajes, y ol­vidan las leyes del amor y la tolerancia.

Ahora ha llegado esta época luminosa, trayendo consigo una maravillosa civilización y progreso material. El intelec­to de la persona se ha ampliado, su percepción ha aumen­tado, pero la­mentablemente, a pesar de todo ello, día a día continúa derra­mándose más sangre. Observad la actual guerra turco-italiana. ¡Considerad por un momento la suerte de esas infeli­ces gentes! ¡Cuántos han muerto duran­te este triste tiempo! ¡Cuántos hoga­res en ruinas, cuántas viudas desoladas, cuán­tos niños huérfa­nos! ¿Y qué es lo que se va a ganar a cambio de tanta angustia y sufrimiento? ¡Sólo una pequeña porción de tierra!

Todo esto muestra que el progreso exclusivamente ma­te­rial no eleva al ser humano. Por el contrario, cuanto más in­merso se encuentre en el progreso material, mayor será su os­curidad es­piritual.

En tiempos pasados el progreso en el plano material no era tan rápido, ni el derramamiento de sangre era tan abundante. En las guerras de la antigüedad no existían ca­ñones, ni rifles, ni dinamita, ni bombas, ni torpederos, ni buques de guerra, ni submarinos. ¡Ahora, gracias a la civili­zación material, tenemos todos estos inventos, y la guerra va de mal en peor! Europa se ha convertido en un inmenso arsenal, lleno de explosivos, y que Dios nos guarde de que exploten, pues si esto llegase a su­ceder, el mundo entero se vería involucrado.

Deseo haceros comprender que el progreso material y el pro­greso espiritual son dos cosas completamente distintas, y que sólo si el desarrollo material marcha a la par del cre­ci­miento espiritual, podrá alcanzarse un verdadero progre­so, y hacer que reine en el mundo la Paz Más Grande. Si todas las personas si­guieran los Sagrados Consejos y las Ense­ñanzas de los Profetas, si la Luz Divina brillara en to­dos los corazones y si fuesen real­mente religiosas, muy pronto ve­ríamos la paz sobre la tierra y el Reino de Dios en­tre los se­res humanos. Las leyes de Dios pueden ser compa­radas con el alma, y el progre­so material con el cuerpo. Si el cuerpo no estuviese animado por el alma, cesaría de existir. Es mi más ferviente plegaria que la espiritualidad crezca y se de­sarrolle en el mundo, para que las costumbres sean ilumi­nadas, y la paz y la concordia puedan ser estableci­das.

La guerra y la rapiña con todas las crueldades que las acom­pañan, son una abominación hacia Dios, y traen con­sigo su propio castigo, pues el Dios de amor es también un Dios de jus­ticia, y cada individuo inevitablemente debe co­sechar lo que ha sembrado. Procuremos comprender los mandamientos del Altísimo y ordenemos nuestras vidas de acuerdo a como Él nos dirige. La verdadera felicidad de­pende del bien espiri­tual y de mantener el corazón siempre dispuesto para recibir la Munifi­cencia Divina.

Si el corazón se aparta de las bendiciones que Dios ofrece, ¿cómo puede esperar la felicidad? Si no deposita su esperanza y su confianza en la Misericordia de Dios, ¿dónde podrá en­con­trar descanso? ¡Oh, confiad en Dios, pues Su Munificencia es eterna, y en Sus Bendiciones, por­que son espléndidas! ¡Oh, de­positad vuestra fe en el Todo­poderoso, pues Él nunca os aban­dona y Sus bondades per­duran eternamente! Su Sol brinda Luz continuamente, y las Nubes de Su Misericordia es­tán colmadas con las aguas de la compasión, con las que re­fresca los corazo­nes de todos aquellos que confían en Él. Su re­frescante brisa siempre lleva en sus alas la curación para las abrasadas almas de los seres humanos. ¿Sería sabio alejarse de un Padre tan amo­roso, Quien derrama sus bendiciones sobre nosotros, y es­coger por el contrario ser esclavos de la materia?

Dios en Su infinita bondad nos ha exaltado a tan alto ho­nor, y nos ha hecho los amos del mundo material. ¿Debemos, pues, convertirnos en esclavos de ese mundo? ¡No! Clamemos más bien por nuestro derecho de naci­miento, y esforcémonos por vivir la vida de las criaturas espiri­tuales de Dios. El glorioso Sol de la Verdad se ha ele­vado nuevamente en Oriente. Desde el leja­no horizonte de Persia su esplendor se ha extendido a lo largo y a lo ancho, disper­sando los densos nubarrones de la supersti­ción. La luz de la unidad de la humanidad ha comen­zado a ilumi­nar el mundo, y muy pronto el estandarte de la armonía Divina y de la solidaridad de las naciones será enar­bolado muy alto en los cielos. ¡Sí, las brisas del Espíritu Santo ins­pirarán al mundo en­tero!

¡Oh pueblos y naciones! ¡Levantaos y trabajad, y sed feli­ces! ¡Reuníos todos bajo la tienda de la unidad de la huma­nidad!


 


(*) Filósofo persa (1844-1921). Autor de las obras "Filosofía Divina", "Fundamentos de Unidad Mundial", "Secreto de la Civilización Divina", "Respuestas a algunas preguntas", entre otras. El presente texto ha sido extraído de la obra "Sabiduría de Abú'l-Bahá", la misma que contiene una serie de sus conferencias dadas en París y Londres, entre 1911 y 1913.


 

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