Revista Jurídica Cajamarca |
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Editorial
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La ausencia del sentido de la TrascendenciaLos
recientes hechos que han conmocionado la sensibilidad moral del pueblo
peruano, en particular, y de la comunidad internacional, en general,
respecto de actos de corrupción en las altas esferas del poder estatal
de nuestro país, han puesto en evidencia, una vez más, que existen
magistrados y abogados para todas las medidas y gustos, algo así como
mercenarios de la “legalidad” (lo legal no siempre es sinónimo de
lo justo ni de lo moral). Este
asunto, el de los magistrados y abogados mercenarios, nos empuja a
retomar el tema del papel de los juristas o de los abogados simplemente
(no olvidemos que los jueces siguen siendo abogados, aún cuando algunos
de ellos quisieran olvidarlo) en el cambio social. ¿Tenemos los
abogados algún espacio o algún rol que desempeñar, en los procesos de
cambio hacia una sociedad cada vez más justa y moral?. Creemos que sí,
sin embargo, a veces, nos alejamos del ejercicio de un sentido
indispensable para participar en dichos procesos: el sentido de la
trascendencia o la existencia de una visión de futuro. A veces,
perdemos nuestro Norte y navegamos a la deriva en un mar de tempestades
y oscuridad. El
tecnicismo, muchas veces, nos aleja de las disciplinas que nos otorgan
humanismo y trascendencia. Recuerdo unas ideas de Georges Ripert que
describía que los juristas (abogados) habían sido eliminados de
la política y de la filosofía para quedar refugiados en el estudio de
lo técnico, lugar donde habrían sido dejados en absoluta
libertad e inclusive se les habría animado para que permanezcan allí,
ya que dichos estudios son inofensivos. Si
queremos recuperar nuestro Norte, tenemos que retornar a nuestros cauces
de una visión más filosófica de la vida. El abogado, no puede
continuar siendo exclusivamente el defensor de intereses económicos en
litigio, el defensor del statu quo, sino que debe convertirse en
un propulsor y constructor de la transformación social. Para
poder realizar esta labor trascendente el abogado debe poseer una visión
de futuro, debe tener sensibilidad para percibir y comprender las
necesidades y aspiraciones de la humanidad. En vez de ejercer nuestras
habilidades solamente para el beneficio propio o el de unos pocos, podríamos
asumir el desafío de servir al bien común. Una
definición práctica de la trascendencia, nos dicen Eloy Anello y
Juanita Hernández en su libro “Liderazgo moral”, que es la
capacidad de desprendernos de la ‘realidad actual’ y de conectarnos
con aquellos valores y principios que creemos son de valor eterno y que
forman parte de nuestra visión. Cuando estamos frustrados y perdidos en
un mundo de detalles, la trascendencia nos ayuda a desprendernos de la
situación inmediata, renovarnos con la perspectiva de nuestra visión,
y nos permite seguir adelante con nuestro trabajo de construcción de
una sociedad ideal. Paralela
al sentido de la trascendencia, corre la capacidad de crear una visión
de un futuro deseado. Una visión clara de lo que queremos lograr impide
eso de que ‘si uno no sabe a dónde va,
cualquier camino sirve’. Sobre
esto último, una visión de futuro de la sociedad, encontré, en la
literatura bahá’í, la siguiente propuesta que me parece oportuna: DISEÑO PARA LA SOCIEDAD DEL FUTURO “La
unidad de la humanidad, prevista por Baha‘u’lláh, implica el
establecimiento de una mancomunidad mundial, en el que todas las
naciones, razas, credos y clases sociales estén estrecha y
permanentemente unidos y en el que la autonomía de los miembros del
estado y libertad personal e iniciativa de los individuos que lo
compongan, estén definitivamente y completamente resguardadas. Este
Estado mundial, como lo podemos visualizar, quedará constituido por una
legislatura mundial, cuyos miembros, como representantes de la
humanidad entera, controlarán todos los recursos de las naciones que lo
integren y promulgarán tantas leyes como sea necesario para regularizar
la vida, satisfacer las necesidades y concertar las relaciones de todas
las razas y pueblos. Un ejecutivo mundial, respaldado por una
fuerza internacional, llevará a efecto las decisiones tomadas y aplicará
las leyes promulgadas por la legislatura mundial, resguardando la unidad
orgánica de toda la comunidad. Un tribunal mundial adjudicará y
transmitirá su veredicto final y obligatorio en todas las disputas que
puedan sobrevenir entre los varios elementos que constituyan este
sistema universal. Un sistema de intercomunicación será
inventado y abarcará todo el planeta, libre de todo obstáculo nacional
y de toda clase de restricciones, funcionando con maravillosa rapidez y
regularidad perfecta. Una metrópoli mundial será el centro de
una civilización mundial, será el foco hacia el cual las fuerzas
unificadoras convergerán y desde el cual irradiarán sus influencias
vigorizantes. Un idioma universal será
inventado o escogido entre los idiomas existentes, y será enseñado
en todas las escuelas de las naciones confederadas como auxiliar de la
lengua materna. Una escritura mundial, una literatura mundial y un
sistema universal de pesos y medidas simplificarán el intercambio y
el entendimiento entre las diversas naciones y razas. En tal sociedad,
la ciencia y la religión, las dos fuerzas más potentes en la
vida del hombre, se reconciliarán, cooperando entre sí y desarrollándose
armónicamente. La prensa, bajo tal sistema, será un medio
propicio a la expresión de las diversas opiniones y convicciones
humanas y cesará de ser manipulada perversamente por intereses creados,
sean éstos privados o públicos y será liberada de la influencia de
los pueblos y gobiernos contendientes. Los recursos económicos
del mundo serán organizados, las materias primas serán debidamente
utilizadas, sus mercados serán coordinados y desarrollados y la
distribución de sus productos regularizada equitativamente. Rivalidades,
odios e intrigas nacionales cesarán y la animadversión y los
prejuicios raciales serán reemplazados por la amistad, el entendimiento
y la cooperación internacionales. Las
causas de los conflictos religiosos serán definitivamente eliminadas;
las barreras y las restricciones económicas serán completamente
abolidas y la inordenada diferencia de clases será extinguida. La
miseria por una parte y la gran acumulación de propiedades
por la otra, tendrán que desaparecer. La enorme energía perdida en las
guerras, sean éstas económicas o políticas, será consagrada a fines
que permitirán extender el radio de los descubrimientos y a su
desarrollo técnico; el aumento de los recursos necesarios al bienestar
humano; a la exterminación de las
enfermedades; a la extensión de la investigación científica;
al aumento de la salud pública; a la evolución y refinamiento del
cerebro humano; la explotación de los recursos del planeta hasta hoy
insospechados y sin uso; a la prolongación de la vida humana y al
adelanto en general, que estimule la vida intelectual, moral y
espiritual de la totalidad de la humanidad. En
fin, un sistema federal que gobierne al mundo y ejerza su
autoridad sin restricciones, sobre los inimaginables y vastos recursos
del planeta, fundiendo los ideales de Oriente y de Occidente y liberado
ya, de la maldición de la guerra y sus miserias, hará uso de todos los
recursos disponibles sobre la superficie de la tierra; un sistema en el
cual la fuerza será el servidor de la justicia y cuya vida será
sustentada por el reconocimiento universal de un solo Dios y por su
lealtad a una Revelación común. Esta es la meta hacia la cual la
humanidad avanza, impelida por una fuerza unificadora de vida” (Shoghi
Effendi)(*) Finalmente, hay que reconocer que cada época trae su reto y cada reto, requiere de una determinada clase de hombres para afrontarlo. Siempre hay hombres, quizás más ingenuos, quizás más audaces, que aceptan el reto y lo vencen. “Estos individuos –escribe Arnold Toynbee- que impulsan hacia delante el proceso de desarrollo en las sociedades son más que hombres. Ellos pueden efectuar lo que parecen milagros a los hombres, porque son super-humanos en sentido literal y no en un mero sentido metafórico” (Estudio de la Historia). El Coordinador (**) (*) Marqués y Utrillas, José Luis. Perspectivas de un nuevo orden mundial. Editorial BAHA’I de España. Mayo 1982. (**) Abogado. Profesor de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Cajamarca. |
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