Revista Jurídica Cajamarca

 
 

 

La aceptación de la relación entre la Religión y la Ciencia

Abdú'l-Bahá (*)


 

Av. de Camoëns 4

12 de noviembre

 

Dijo ‘Abdu'l-Bahá:

Os he hablado de algunos de los principios de Bahá'u'lláh: La investigación de la verdad y La unidad de la hu­manidad. Ahora desarrollaré el Cuarto principio, que es La aceptación de la relación entre la Religión y la Ciencia.

No existe contradicción entre la verdadera religión y la ciencia. Cuando una religión se opone a la ciencia, se con­vierte en mera superstición: aquello que es contrario al co­nocimiento, es ignorancia.

¿Cómo puede un individuo dar crédito a un hecho que la ciencia ha demostrado que es imposible? Si él cree a des­pecho de su propia razón, es más bien ignorante su­persti­ción que fe. Los verdaderos principios de todas las re­ligio­nes están en conformidad con las enseñanzas de la ciencia.

La unidad de Dios es lógica, y esta idea no está en con­tradicción con las conclusiones a las que ha llegado el es­tudio científico.

Todas las religiones enseñan que debemos hacer el bien, ser generosos, sinceros, veraces, obedientes a la ley y fieles; todo esto es razonable y, lógicamente, el único modo por el cual la humanidad puede progresar.

Todas las leyes religiosas concuerdan con la razón, y es­tán adaptadas a los pueblos para quienes fueron creadas, y para la época en la cual debían ser obedecidas.

La religión tiene dos partes esenciales:

 

1.— La espiritual.

2.— La práctica.

 

La parte espiritual nunca cambia. Todas las Manifesta­ciones de Dios y sus Profetas han enseñado las mismas verdades y han ofrecido la misma ley espiritual. Todos en­señan un único código de moralidad. No existe división en la verdad. El Sol ha enviado muchos rayos para iluminar la inteligencia humana pero la luz es siempre la misma.

La parte práctica de la religión se refiere a las formas externas y las ceremonias, y a varios métodos de castigos para ciertas ofensas. Éste es el lado material de la ley, y guía las costumbres y la educación de los pueblos.

En el tiempo de Moisés había diez crímenes penados con la muerte. Cuando vino Cristo eso fue modificado; el viejo axioma "ojo por ojo, y diente por diente" se convirtió en "Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian". ¡La antigua ley dura fue cambiada por una de amor, de misericordia y tolerancia!

En el pasado, el castigo por robo era el de cortar la mano derecha; en nuestro tiempo, esta ley no podría aplicarse. En esta época, a alguien que maldice a su padre se le permite continuar viviendo, cuando en tiempos pasados se le ha­bría quitado la vida. Por tanto, es evidente que mientras la ley espiritual nunca se altera, las reglas prácticas deben cam­biar en su aplicación, de acuerdo con las necesidades de los tiempos. El aspecto espiritual de la religión es el más am­plio, el más importante de los dos, y es el mismo en to­das las épocas. Nunca cambia. Es el mismo, ayer, hoy y siem­pre. "Como fue en el comienzo, es ahora y siempre será."

Ahora bien, todas las cuestiones de moralidad conteni­das en la ley espiritual e inmutable de todas las religiones son lógicamente correctas. Si la religión fuese contraria a la lógica de la razón, entonces dejaría de ser una religión, para ser meramente una tradición. La religión y la ciencia son las dos alas con las que la inteligencia del ser humano puede remontarse a las alturas, con las que el alma huma­na puede progresar. ¡No podrá volar sólo con un ala! Si trata de volar sólo con el ala de la religión, caerá inmedia­tamente al loda­zal de la superstición, mientras que, por otro lado, si sólo trata de usar el ala de la ciencia, tampoco podrá hacer nin­gún progreso, pues se hundirá en el angustioso pan­tano del materia­lismo. Todas las religiones de la actualidad han caído en prácticas supersticiosas, quedando en discor­dan­cia tanto con los verdaderos principios de las enseñan­zas que ellas representan, como con los descubrimientos cien­tíficos de la época. ¡Muchos líderes religiosos han lle­gado a creer que la importancia de la religión radica prin­cipalmen­te en la ad­herencia a una colección de ciertos dogmas y a la práctica de ritos y ceremonias! A aquellos cuyas almas pre­tenden curar les enseñan a creer de la misma manera, afe­rrándose tenazmente a las formas exte­riores, confundién­do­las con la verdad interior.

Ahora bien, estas formas y rituales difieren en las dis­tin­tas iglesias y entre las diferentes sectas, e incluso se con­tradicen unas a otras, dando lugar a la discordia, al odio y la desunión. El resultado de todo este desacuerdo es la creencia, entre muchas personas cultas, de que la re­ligión y la ciencia están en contradicción, que la religión no necesita de los poderes de reflexión, y que no debería ser regulada por la ciencia en modo alguno, sino que están, ne­cesaria­mente, en oposición una con la otra. El desafortu­nado re­sul­tado de esto es que la ciencia se ha apartado de la reli­gión, y que ésta se ha convertido en un mero ciego que si­gue, más o menos apáticamente, los preceptos de ciertos maes­tros religiosos, que insisten en que sus propios dog­mas fa­voritos sean aceptados, aun cuando resulten mani­fiesta­mente contrarios a la ciencia. Esto es una nece­dad, pues es bastante evidente que la ciencia es la luz y por eso la verda­dera religión no se opone al conocimiento.

Estamos familiarizados con las frases "Luz y Oscuri­dad", "Religión y Ciencia". Pero la religión que no marcha mano a mano con la ciencia, se ha colocado ella misma en la oscuri­dad de la superstición y la ignorancia.

La mayor parte de la discordia y desunión del mundo ha sido creada por las oposiciones y las contradicciones que las personas han forjado. Si la religión estuviese en ar­monía con la ciencia y caminaran juntas, gran parte del odio y la amargura que en la actualidad causan tanta mise­ria a la raza humana habría acabado.

Considerad lo que distingue al ser humano de entre to­dos los seres creados y hace de él una criatura diferente. ¿No es su poder de razonar, su inteligencia? ¿No debe ha­cer uso de ellos para el estudio de la religión? Yo os digo: pesad cuidadosamente en la balanza de la razón y de la ciencia todo lo que os sea presentado como religión. ¡Si pasa esta prueba, aceptadla, pues es la verdad! ¡Si, por el contrario, no se ajusta a ella, rechazadla, pues es ignoran­cia!

¡Observad a vuestro alrededor y ved cómo el mundo de hoy está sumergido en la superstición y en las formas ex­ternas!

Algunos veneran el producto de su propia imaginación: crean para sí mismos un dios imaginario y le adoran, pero esta creación de sus mentes finitas no puede ser el Infinito y Poderoso Hacedor de todas las cosas visibles e invisibles. ¡Otros adoran al sol o a los árboles, y también a las piedras! En tiempos pasados, existían quienes adoraban al mar, a las nubes, ¡y hasta a la arcilla!

En nuestros días, algunas personas han llegado a un grado tal de apego a las formas y ceremonias externas, que disputan acerca de este punto del ritual o de aquella prác­tica en particular, hasta que por todos lados se oyen inter­minables discusiones y hay malestar. Existen indi­viduos de débil inteligencia y cuya capacidad de razo­na­miento no se ha desarrollado, pero la fuerza y el poder de la religión no deben ponerse en duda por la incapaci­dad de estas perso­nas para comprender.

Un niño no puede captar las leyes que gobiernan la na­turaleza; pero ello es consecuencia de la inmadurez del in­te­lecto de ese niño; cuando haya crecido y haya sido edu­cado, él también comprenderá las verdades eternas. Un niño no alcanza a entender el hecho de que la Tierra gira al­rededor del Sol, pero cuando su inteligencia despierte, este hecho le resultará claro y sencillo.

Es imposible que la religión sea contraria a la ciencia, aun cuando algunas inteligencias sean demasiado débiles o demasiado inmaduras para comprender la verdad.

Dios ha hecho que la religión y la ciencia sean la medi­da, por así decirlo, de nuestro entendimiento. Estad alertas para no menospreciar tan maravilloso poder. Pesad todas las cosas en esta balanza.

Para quien tiene el poder de comprensión, la religión es como un libro abierto, pero ¿cómo puede comprender las Realidades Divinas de Dios una persona carente de razón e inteligencia?

Poned todas vuestras creencias en armonía con la cien­cia; no puede existir contradicción, pues la verdad es una. Cuando la religión, libre de supersticiones, tradiciones y dogmas ininteligibles muestre su conformidad con la cien­cia, se sentirá en el mundo una gran fuerza unificado­ra y purificadora que limpiará de la tierra las guerras, de­sacuer­dos, discordias y luchas, y entonces la humanidad será uni­ficada por el poder del Amor de Dios.

 


 


(*) Filósofo persa (1844-1921). Autor de las obras "Filosofía Divina", "Fundamentos de Unidad Mundial", "Secreto de la Civilización Divina", "Respuestas a algunas preguntas", entre otras. El presente texto ha sido extraído de la obra "Sabiduría de Abú'l-Bahá", la misma que contiene una serie de sus conferencias dadas en París y Londres, entre 1911 y 1913.


 

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