Revista Jurídica Cajamarca | |||
El método correcto de tratar a los criminales'Abdú'l-Bahá (*) |
PREGUNTA:
¿Debe castigarse al criminal, o debe perdonár-sele y pasar por alto su
crimen? RESPUESTA:
Hay dos clases de sanción: la venganza y el castigo. El hombre no tiene
derecho de vengarse; pero la comunidad sí tiene el derecho de castigar al
criminal, en cuyo caso el castigo tiene por objeto advertir y evitar que
ninguna otra persona se atreva a cometer un crimen similar. Dicho castigo
tiene por objeto la protección de los derechos del hombre; no es una
venganza, pues ésta aplaca la ira del corazón contraponiendo un mal contra
otro en lo que constituye un acto carente de legitimidad. Y es que el
hombre no tiene el derecho de cobrarse venganza. Por
otro lado, si los criminales fueran enteramente perdonados, el orden del
mundo sufriría un vuelco. De ahí que el castigo sea una de las necesidades
esenciales para la seguridad de la sociedad. Mas quien sufra opresión por
parte de un transgresor no tiene el derecho de cobrarse venganza. Por el
contrario, debería disculpar y perdonar, puesto que ello es digno de la
condición humana. Las
comunidades deben castigar al opresor, al homicida, al malhechor, a fin de
advertir y evitar que otros cometan los mismos crímenes. No obstante, lo
más esencial es que las gentes sean educadas de manera que no lleguen a
cometer delito alguno. Pues es posible educarlas tan eficazmente que no
sólo logren abstenerse de perpetrar delito alguno, sino que conciban el
crimen en sí mismo como el mayor de los tormentos, castigos y condenas.
Sobre esta premisa no se cometería delito que precisara castigo. Aquí
debemos hablar de asuntos que son posibles de realizar en este mundo.
Existen muchas ideas y teorías elevadas sobre este tema que en realidad no
son practicables. Por tanto, nos limitaremos a hablar de cosas
factibles. Por
ejemplo, si alguien sojuzga, injuria y agravia a otro, y el agraviado se
desquita, tal desquite constituye un acto censurable de venganza. Si el
hijo de 'Amr asesina al hijo de Zayd, Zayd no tiene derecho de matar al
hijo de 'Amr, y si lo hace comete venganza. Si 'Amr deshonra a Zayd, no
por ello le asiste a éste el derecho de deshonrar a aquél; y si lo hace,
comete un acto execrable de venganza. Al contrario, Zayd debería devolver
bien por mal, no solo perdonar, sino además, si le fuera posible, ponerse
al servicio del opresor. Tal conducta es digna del hombre; pues ¿qué
ventaja obtiene vengándose? Tanto la ofensa como la venganza son actos
equiparables; si una merece censura, también la otra. La única diferencia
radica en que una se cometió primero, y la otra después. Pero la
comunidad tiene derecho a defenderse y protegerse. Por otra parte, la
comunidad no siente odio ni animosidad hacia el criminal o delincuente; lo
encarcela o castiga únicamente para la protección y la seguridad de los
demás. No es con el propósito de vengarse sobre el criminal, sino de
imponer un castigo con que protegerse. Si la comunidad y los herederos de
la víctima perdonaran y devolvieran bien por mal, las personas crueles
maltratarían constantemente a las demás, y continuamente ocurrirían
asesinatos. Los perversos, como lobos, exterminarían a las ovejas de Dios.
En contraste, la comunidad no siente mala voluntad ni rencor al infligir
un castigo, ni busca apaciguar la ira del corazón; al castigar, su
intención es proteger a los demás para que no se cometan atrocidades. Por
eso, cuando Cristo dijo: "A cualquiera que te hiera en la mejilla derecha,
tiéndele también la otra"(1) fue con la
intención de enseñar a los hombres a no tomar represalias. Lo que no quiso
significar es que deba infundírsele ánimos a un lobo que se propone
aniquilar a un rebaño de ovejas. De haberse enterado Cristo de que un lobo
se internaba en un rebaño con tales intenciones, a buen seguro que se lo
habría impedido. Así
como la clemencia es uno de los atributos del Misericordioso, también la
justicia es uno de los atributos del Señor. El pabellón de la existencia
no se sostiene sobre el pilar de la clemencia, sino sobre el pilar de la
justicia. La continuidad de la humanidad depende de la justicia, no de la
clemencia. Si en la actualidad se pusiera en práctica la ley del perdón en
todos los países, en poco tiempo el mundo y los fundamentos de la
convivencia humana se derrumbarían. Ningún hombre habría quedado con vida
si los gobiernos de Europa no hubieran resistido la perversidad de
Atila. Algunos
personas son como lobos sanguinarios. De no ser por la amenaza del
castigo, matarían a los demás por mero gusto y diversión. Uno de los
tiranos de Persia asesinó a su preceptor por mero placer, simplemente para
divertirse. El famoso Mutavakkil, el abásida, luego de convocar en su
presencia a sus ministros, consejeros y funcionarios, bajo prohibición de
que nadie se moviese, hizo abrir una caja llena de escorpiones. Cuando las
alimañas hicieron presa sobre los concurrentes, Mutavakkil estalló en
carcajadas. Para
recapitular: la constitución de las comunidades depende de la justicia, no
del perdón. Lo que Cristo quiso decir referente a la clemencia y el
perdón, no fue que cuando las naciones os ataquen, incendien vuestros
hogares, saqueen vuestros bienes, asalten a vuestras esposas, hijos y
familiares y violen vuestro honor, debáis permanecer sumisos frente a esos
enemigos tiránicos, permitiéndoles que cometan toda clase de crueldades y
vejaciones. No, las palabras de Cristo se refieren a la conducta de los
individuos en sus relaciones personales, conducta a tenor de la cual si
una persona asalta a otra, el injuriado debiera perdonarle. Sin embargo,
la sociedad debe proteger los derechos del hombre. Según eso, si alguien
me asalta, me injuria, me veja o me hiere, no le ofreceré resistencia y le
perdonaré. Pero si alguien deseara atacar a Diyyid Manshadí (2) ciertamente trataré de impedírselo. La no
intervención que para el malhechor supone externamente un favor, para
Manshadí, es una vejación. Si en este momento un árabe enloquecido entrara
en este lugar espada en mano, deseando atacar, herir y asesinaros, lo más
seguro es que yo trataría de impedírselo. Si os abandonara al árabe, ello
no sería justicia sino injusticia. Pero si él injuriara a mi persona, se
lo perdonaría. Queda
por mencionar una cosa. Día y noche las sociedades se dedican a elaborar
leyes penales así como a preparar y organizar los instrumentos y medios de
castigo. Construyen prisiones, fabrican cadenas y grillos, escogen lugares
de exilio y destierro, y diferentes clases de penalidades y torturas,
creyendo que por estos medios disciplinarán a los criminales, siendo así
que en realidad lo que hacen es destruirles la moral y provocar la
perversión de su carácter. La comunidad, por el contrario, debería
empeñarse y esforzarse día y noche, con el mayor celo y energía, por
llevar adelante la educación de los hombres, para que ese celo sea la
causa de que progresen cada día más, mejoren en ciencia y conocimiento,
adquieran virtudes y buena moral, y eviten los vicios a fin de que no se
cometan delitos. En la actualidad prevalece lo contrario, la comunidad
siempre piensa en imponer leyes penales, preparar medios correctivos,
instrumentos de muerte y castigo, lugares de encarcelamiento y destierro;
para al final quedarse a la espera de que se cometan los delitos. Nada
podría ser más contraproducente. Pero si
la sociedad se esforzara por educar a las gentes, el conocimiento y las
ciencias se incrementarían constantemente, el entendimiento se
ensancharía, la sensibilidad se desarrollaría, las costumbres mejorarían y
la moral se normalizaría; en una palabra, habría progreso en todas estas
clases de perfecciones, y habría menos crímenes. Está
comprobado que entre los pueblos civilizados los delitos son menos
frecuentes que entre los pueblos no civilizados. Por civilizados se
entiende aquellos pueblos que han alcanzado la verdadera civilización, o
sea la civilización divina, la que reúne en sí todas las perfecciones
espirituales y materiales. Puesto que la ignorancia es la causante de los
delitos, cuanto más aumente el conocimiento y las ciencias, más
disminuirán los crímenes. Repara en la abundancia de crímenes cometidos
por los bárbaros de África, quienes llegan al extremo de matar para comer
la carne y beber la sangre de sus víctimas. ¿Por qué no suceden semejantes
salvajismos en Suiza? La razón es evidente: porque la educación y las
virtudes lo impiden. Por
tanto, la sociedad debe pensar más en prevenir los delitos que en
castigarlos severamente. NOTAS: (1) Cf. Mt. 5:39. (2) Un amigo sentado a la mesa.
(*) Filósofo persa (1844-1921). Autor de las obras "Filosofía Divina", "Fundamentos de Unidad Mundial", "Secreto de la Civilización Divina", "Respuestas a algunas preguntas", entre otras. El presente texto ha sido extraído de la obra "Contestación a unas Preguntas" editada por Laura Clifford Barney de Editorial BAHA’I. 4ta. Edición Revisada. Buenos Aires, 1972. |
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